jueves, 10 de agosto de 2017

Estados de ánimo

Siempre nos desvivimos por plasmar nuestras emociones. Algunos escribimos, otros cantan, el resto se lo cuenta a los amigos; otros filtran vivencias personales en los guiones de series/películas. Pero de alguna manera tratamos que esa sensación, dulce o amarga, emerja de lo más profundo y llegue a destino.

Quizás en un arrebato de emoción, tenemos una tendencia generalizada a impregnar de estridentes colores y escenarios alegres cuando algo nos sale bien. Muy por el contrario, no encontramos mejor opción que representarlo con una melancólica escala de grises, cuando no pasamos directamente al negro.



Son clichés gráficos/representativos en donde aún sin que nos den la imagen apropiada, nosotros la imaginamos de acuerdo a lo que confirman los estereotipos mentales. Así, entonces, cuando un amigo/conocido nos cuenta que -por caso- lo dejó la ex, nuestro cerebro realiza un trabajo no muy esforzado. Nubes grises, frío, el protagonista solo en medio de la calle, ventanas con gotas de lluvia, melodías tristes en vinilos de los '70/'80 (esto depende de cada generación; acá me mandé al frente con la edad), parejitas caminando acarameladas en las plazas solitarias, etc.

Si al revés, esa persona tuvo un día exitoso, seguramente nuestros pensamientos virarán hacia cielos celestes, pajaritos surcando el firmamento, un sol radiante, gente contenta caminando en las calles, éxitos de los '70/'80 bien movidos sonando en las disquerías (sí, volvimos al viejazo) y un clima de fiesta total.

Esto responde a una caracterización de la alegría y la tristeza que tenemos "instalada" en nuestra mente, la cual en ocasiones prefiere no divagar demasiado. Pero una de esas tardes de domingo en las cuales la nostalgia me tenía en un arco, algo se disparó dentro mío y noté que había una puertita cerrada en mis pensamientos y que debía abrirla. Junté coraje y me encontré con un amplio surtido de recuerdos.



"Nobody home", de Pink Floyd.

Algunos de ellos eran sensaciones de frustración tras un fracaso. Un examen mal rendido, una discusión con mis viejos, una pérdida afectiva, una desilusión con gente que creía distinta. Y no eran días grises, no. En su mayoría se trataba de días coloridos, con temperatura ligeramente cálida, con gente alegre caminando por las calles peatonales, con adolescentes sacándose fotos con sus celulares.

Ahí es donde me pregunté: ¿No hay escena más dolorosa que el malestar interno, el dolor insondable, precisamente en medio de la felicidad ajena? ¿No se siente uno más solo que cuando está rodeado de gente? ¿No resalta más la desesperanza cuando vemos un escenario feliz y nosotros somos los únicos que desentonamos, aunque no se note por fuera pero sí lo sintamos por dentro?


Beach Boys y los clichés: sol, chicas y playa = felicidad
Pero el tema me gusta, eh

Y también está la otra cara, por supuesto. Ese día lluvioso con cielos grises en el que logramos un éxito que no esperábamos, o que buscábamos hace rato. Las caras largas de la gente cubriéndose los cuerpos con paraguas y nosotros caminando entre el barro, sin importar que nos ensucie. Los pajaritos refugiados y ridículamente mojados, los perros en sus cuchas o los autos tratando de "surfear" en la calle inundada, no representan un espectáculo pesaroso porque salimos airosos y lo externo no puede afectarnos.

¿Qué mejor contexto para felicitarnos que un día triste? Cualquiera puede sentirse mejor con los rayos del sol o con todo el mundo sonriendo. Ahí estamos, entre el frío y la grisura general, emergiendo de nuestras cenizas, triunfantes. Somos capaces de levantar simbólicamente (o no) el puño ante las inclemencias del tiempo. No hay logro más celebrado que un triunfo de visitante, solos contra todo.



Que el cerebro, entonces, busque mejores representaciones de nuestras emociones, porque desde nuestro interior podemos romper los moldes. El día puede ser colorido o gris, pero el verdadero color, el azul del dolor o el rojo de la furia y el resurgimiento, lo aportamos nosotros desde adentro.

1 comentario:

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